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Cada 25 de noviembre desde el año 1981 se conmemora a nivel internacional El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer o Día Internacional de la No Violencia de género y esto es debido al violento asesinato de las hermanas Patricia, Minerva y María Teresa Mirabal, tres activistas políticas asesinadas el 25 de noviembre de 1960 en manos por la policía secreta del dictador Rafael Trujillo en la República Dominicana.

Y a más de 50 años hay gente que aún se pregunta el ¿Por qué trabajar o nombrar acciones que pugnen por la no violencia hacia las mujeres? Aquí unos datos “interesantes” (ONU, 2019):

  • Casi 750 millones de mujeres y niñas que viven hoy en día se casaron antes de cumplir 18 años, mientras que al menos 200 millones de ellas se han visto sometidas a la mutilación genital femenina.
  • El 71% de las víctimas de la trata en todo el mundo son mujeres y niñas, y 3 de cada 4 de ellas son utilizadas para la explotación sexual.
  • La violencia contra la mujer es una causa de muerte e incapacidad entre las mujeres en edad reproductiva tan grave como el cáncer y es una causa de mala salud mayor que los accidentes de tránsito y la malaria combinados.
  • En todo el mundo, una de cada tres mujeres ha sufrido violencia física o sexual, principalmente por parte de un compañero sentimental.

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Por todo lo anterior y aún más estadísticas escalofriantes es que es necesario nombrar que la violencia es un cáncer que cada vez más carcome nuestra sociedad y que, por otro lado, cada vez toma matices más “finos” y que en la actualidad sus manifestaciones pueden no ser vistas como tal.

La Organización de la Naciones Unidad (ONU) en 1993, define la violencia contra la mujer como “todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada.”

La violencia es un asunto de salud pública, como podemos ver, un tema que a muchas personas cuesta trabajo entender y, por lo tanto, empatizar; cuando hablamos de violencia de género hablamos de aspectos físicos, sociales, culturales e históricos que han sufrido las mujeres y en sí lo “femenino” y nadie se escapa de ella…

  • Cuando no permitimos que un niño exprese emociones consideradas del género femenino como el llanto, la ternura o el cariño y en su lugar exaltamos el defenderse a golpes o bien, cuando nos burlamos con expresiones como “vieja el que llegue al último” o “no llores como nena/solo las niñas lloran”, estamos contribuyendo a todo un sistema de creencias que marcan diferencias entre mujeres y hombres y que exaltan ciertas actitudes en género y denigran a otro.
  • Cuando les pedimos a las niñas que “se tienen que dar a respetar” en vez de enseñar a los niños que parte de la convivencia social es respetar a todas y todos.
  • Cuando justificamos que los niños tienen un “instinto-apetito sexual” que las niñas no; por lo que no se toman acciones correctivas en contra de aquellas personas que comparten “packs” o tocan a las niñas y mujeres adolescentes porque “así son ellos” y “ellas deben de darse a respetar”, también perpetuamos esa violencia estructural.
  • Cuando les decimos que si no son “finas, tiernas y delicadas” no serán tomadas en serio o ningún hombre querrá a una mujer que no se amolde a esas características y ni qué decir de los tipos de cuerpo.

En fin, son muchas las maneras en que todas y todos contribuimos a este tipo de violencia y, desafortunadamente, al estar tan arraigada no la percibimos ni miramos como tal.

Pero ¿cuál es mi papel? ¿Cómo puedo minimizar o erradicar este tipo de violencias? ¿Puedo hacer algo?

Definitivamente todas las personas podemos hacer algo; desde identificar nuestros discursos, identificar nuestras incomodidades y tomar acciones sencillas pero contundentes; nos es, hasta el día de hoy, muy difícil hablar de sexualidad, de nuestros cuerpos, de nuestras emociones “buenas” y “malas”, de los cambios que sufrimos como seres humanos a lo largo de nuestra vida, de nuestras expectativas, de lo que queremos y no en nuestro proyecto de vida. Es importante comenzar a reabrir nuestros canales de comunicación, de identificar las palabras y caricias que hieren, entender que no es nada fácil decir quién me daña, quién se burla de mí, de lo que siento, de lo que pienso; que es un trabajo difícil mas no imposible y de que si queremos un mundo más amoroso y pacífico, algunas acciones deberán ser implementadas.

Como profesionales, cuerpo docente y directivo, así como toda la familia que conforma la escuela tenemos un rol medular – mas no único ni “el rol” – en cambiar las maneras en que hombres y mujeres nos relacionamos; en evolucionar y crear espacios educativos que eliminen los binarismos de género y generen espacios reflexivos, respetuosos, pacíficos, amorosos y solidarios para todas las personas.

Ahora te pregunto ¿Cuál crees que sería tu tarea a implementar?

La tarea no es fácil; pero si creemos que es posible, fuera de ser una utopía, se convertirá en una realidad… ¡Manos a la obra!

Por:

Mtro. Frederick A. Santana Núñez

Licenciado en psicología por la Universidad Marista de Mérida. Especialista en Docencia por la Facultad de Educación de la Universidad Autónoma de Yucatán. Maestro en Consejería y Educación en Sexualidad y Especialista en Terapia de pareja con enfoque relacional por el Centro de Estudios Superiores en Sexualidad. Integrante del Consejo coordinador de la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexología (FEMESS). Asesor educativo, psico y sexo terapeuta individual, familiar y de parejas.